miércoles, 24 de noviembre de 2010

Las sonrisas no cambian

Para proporcionarme una esmerada educación, mis señores viejillos me llevaron a un colegio de curas y como aquel suceso ocurrió ya hace bastantes años, debido fundamentalmente a mi edad, era todavía la época en los que los colegios no eran mixtos. Vamos, que solo íbamos maromos. Pero por esas cosas extrañas de las políticas educativas, mi colegio, de maromos muy maromos, no tenía COU y nos mandaban a hacer como que estudiábamos el año previo a la universidad nada más y nada menos que a las Ursulinas de Jesús, que a su vez era un colegió íntegro de señoritas, muy señoritas. El caso es que allá aparecimos seis maromos seis y nos metieron en una jaula con 46 señoritas, 46. Dudo, bueno no dudo absolutamente nada sino que tengo la certeza absoluta, de que jamás volveré a pasarlo tan bien como aquellos diez meses. Es más, aprobé en junio todo y con el paso de los años he podido comprobar que es el error más importante que he cometido en mi vida. Mis colegas repitieron curso y mientras yo me integraba en un mundo más o menos equilibrado, paritario lo llaman ahora, ellos empezaban otra vez en septiembre con una nueva remesa de 46, todas distintas. Sus madres decían que yo era el amigo listo por aprobar. Un jodido pardillo es lo que era. El sábado pasado nos juntamos a comer 90 para celebrar los 25 años de la salida del colé. Y como todo en estas cosas, vas con el temor de no saber muy bien que encontrarte, con que nada puede igualar a la intensidad de aquella época. Y claro que todo cambia, pero las sonrisas siguen siendo las mismas, idénticas, como gotas de agua.

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