sábado, 5 de mayo de 2007

Niños y anticonceptivos

Mi sobrino y ahijado cumplió años el 1 de mayo, día del Trabajador, con lo que saldrá vago... o sindicalista, o ambas cosas a la vez, que no son necesariamente contradictorias. El caso es que al ser su padrino (la madrina fue mi hermano varón en una ceremonia de bautizo supongo que bastante irregular a ojos del Vaticano pero es lo que tenía tener a un cura en la familia) mi santa hermana me obliga a cumplir de vez en cuando con él, a ejercer de tío, una vez que me quitó cualquier potestad para su educación religiosa, por razones obvias y con el beneplácito y aplauso del tío cura que a cambio accedió a bautizarle en mitad del río Irati y a mi petición de que fuera breve y conciso en la ceremonia (pero sobre todo breve), y es que en esta vida quien no llega a acuerdos y consensos es porque no le da la gana. El asunto es que tuve que ir, ni más ni menos, que con mis tres sobrinos a comer en un McDonalds el martes al mediodía, día festivo. No sé cómo será una jornada normal de un corresponsal de guerra destacado en Nasiriya pero es imposible superar el nivel de tensión que se respiraba en aquellos 100 metros cuadrados de local, infectados de una pandemia de churumbeles enloquecidos que menos comerse entre ellos, aunque alguno lo intentó, hicieron de todo. Observaba atónito a padres y madres achicando los fuegos que las pequeñas bestias encendían con inusitado entusiasmo y me reafirmé en mi teoría de que ninguna millonaria campaña mundial de preservativos puede tener más eficacia como anticonceptivo que pasar una plácida tarde con los sobrinitos. Para cortársela.