viernes, 27 de enero de 2012

Los que andan sentados


Dicen los himalayistas que se van a subir ochomiles, que descansan el día que aterrizan en Katmandú, se ponen los talabartes de subir ochomiles y empiezan a andar. Antes les oía como las vacas miran al tren, sin saber de qué iba la vaina. Ahora les entiendo todo, todito, todo. Lo de la intendencia, contactos y búsqueda de la pasta necesaria para llevar adelante un proyecto como La Memoria es el Camino es un mundo que desconocía por completo. Del sonsonete de “con la que está cayendo”, “es un proyecto precioso pero no tenemos presupuesto” “si hubierais venido hace un año” ya empezamos a hacer chistes porque al destino hay que desafiarle de frente y si el destino es de una negritud tan negra como han decidido que sea el FMI, el BCE, Golmand Sachs y Arantza la panadera, entonces hay que desafiarle de frente, con los dientes apretados y el cinturón en la mano. No queda otra. Cuestión de supervivencia. Por eso me resulta complicado expresar la gratitud de la gente que se está partiendo la cara para que salga adelante, que va a salir, la peregrinación esta inversa que me lleve de Finisterre a Jerusalén para ir contando pequeñas historias humanas del Alzheimer, para aportar nuestro granito de arena a cambiar esa percepción que la opinión pública tiene de esa enfermedad depredadora como algo inevitable por una mera cuestión de edad, como si se tratara de un fenómeno metereológico cualquiera ajeno a la acción del hombre. En la foto están Rafa, Ainara, Rakel, Iñaki, Diana y Alberto tratando de darle la vuelta a la lógica del mundo para conseguir nuestro objetivo. Ellos no van a caminar, ellos no van a tener la suerte de vivir en primera persona una experiencia vital única. Esa suerte la voy a tener yo pero ellos están ahí para que se consiga. Sin palabras. Y parafraseando al tópico, son todos los que están pero no están todos los que son. El torrente de apoyos, ideas, pequeñas aportaciones, compañeros periodistas que llaman para que el asunto tenga eco y un sinfín de pequeñas ayudas son incontables para poder reflejarlos ni en este post ni en cien parecidos. Por todo ello, el proyecto saldrá adelante, por lo civil o lo militar, porque no podemos dejar que la tristeza derrote a la ilusión. Sería un engaño, una estafa, una traición. Por eso, el próximo 4 de marzo podré dejar atrás con orgullo el faro de Finisterre y mirar de frente a Jerusalén, esa ciudad mágica en la que cristianos, judíos y musulmanes se empeñan en seguir enfrentándose porque han olvidado, y no por el Alzheimer sino por el sempiterno odio integrista, que hubo una época, en la Granada de Boabdil, en donde decidieron trabajar todos juntos para conseguir una de las pocas Arcadias que han existido en la historia de la humanidad. En el entremedio, 7.000 kilómetros de historias que deben ser contadas. Gracias y salud.