Cuando el otro día vi en directo la macarrada cutre, cobarde y barriobajera de Mourinho contra el segundo entrenador del Barça me vino a la mente el mordisco en la oreja de Mike Tyson a Evander Holyfield. La imagen viva de la impotencia, el reconocimiento expreso de la derrota, la asunción pública de que no puedes con el rival, aunque en el caso del técnico portugués fuera después del partido que más cerca ha estado de derrotar al imperio blaugrana en el Camp Nou. Reconozco que la llegada de Mourinho fue un motivo de alegría en medio de la dictadura culé, en medio de esa ola gigantesca y obligatoria que había que hacer a los hombres de Guardiola, al equipo de la Fundación de Qatar, esa nación adalid de las libertades. Hemos vivido unos años en donde un suspiro de Guardiola era seguido como el Advenimiento del Mesías, en donde parecía que La Masia había inventado la era moderna del deporte del pelotón en un equipo que estuvo décadas en donde el único catalán que había en el campo era el de la megafonía, con unos presidentes que daban pavor, como el que acaban de condenar a seis años, al que Vázquez Montalbán llamaba el rey del chaflán, por su control del temita inmobiliario. Mourinho jugaba su papel –bravucón–, cargando sobre él la presión en su doble faceta de poli bueno con sus chicos y poli malo con lo que llegaba de fuera. Unió al madridismo y echó a Valdano. El gesto miserable del otro día pone en evidencia a un niñato sin categoría, de los de si no gano, no juego. El madridismo de bien tiene ahora la obligación de deshacerse del aspirante a pandillero.
Publicado en Noticias de Gipuzkoa el 24 de agosto de 2011
Soy madridista... pero de bien, no.
ResponderEliminarMe gusta el Madrid de la lucha, la calidad, de los piques deportivos en el campo con el barça.
Me da asco Mou, las niñadas de algunos jugadores y la ausencia de dirección de algunos seres superiores...
Cómo me jode darte la razón.
Íñigo Alli