El patriotismo constitucional. La brasa que nos dieron durante años con aquella milonga que se inventaron en la terrorífica era del régimen de Aznar, el líder cósmico de Valladolid, aquel que hizo crecer la economía a ladrillazo limpio para que estemos ahora donde estamos. Entonces, la sacrosanta Constitución era inviolable, inmodificable, ni una coma sobraba. La auténtica Biblia. Lo mismo servía para el Plan Ibarretxe como para que las mujeres no puedan acceder al real trono. No se puede mover porque habría que votar y es mucho lío, bramaban los de la sarten por el mango. La Ley Electoral no se puede reformar porque habría que reformar la Constitución, clamaban los que defienden que los 38.617 votantes del PSOE en Teruel manden al Congreso el mismo número de diputados que los 969.946 votantes de Izquierda Unida. La cambiariamos si pudieramos –mentían los farsantes–, pero es que habría que modificar la Constitución y eso exige un referéndum y no está el país para enfrentamientos. Pero esta santa crisis lo único que está demostrando es que el descaro no tiene límites. En dos horas, con agostazo y alevosía, Angela Merkel descuelga un teléfono y genuflexión al unísono de ZP y Mariano para modificar el sagrado texto, sin consulta ni historias, sin intermediarios. Con un par. Reconociendo de forma pública la inmensa farsa en la que ha degenerado la supuesta democracia. Como decía alguno en los multiples foros de las redes sociales –las manifas del XXI–, Zapatero debería mandar tropas a Irak para acabar de cerrar el círculo. Que jeta tienen.
Publicado en Noticias de Gipuzkoa el 26 de agosto de 2011
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