martes, 29 de junio de 2010

'Dylanitas'

No se si merece la pena pagar 50 euros para ver a Bob Dylan pero pagar 50 euros para ver, conocer, escuchar y alucinar con la fauna de enfermos que ocupan las diez primeras filas de sus conciertos es una de las mejores inversiones de mi vida. Además, como quería invitarle a uno de esos enfermos, que me ha tocado por hermano, la broma me salió por 100. Después resulta que el grupo de periódicos donde trabajo era patrocinador del festival donde tocaba el Dylan y daban entradas. Pero claro, esto lo supe la pasada semana y mi hermano compró las entradas, que después pague yo, dos minutos después de anunciarse que venía y todavía pensaba que había estado un poco lento. No tengo palabras para explicar que era aquello porque no tengo ningún referente para compararlo. Más fe que los ultraortodoxos judíos ante el Muro de las Lamentaciones o los cristianos bajando a la cueva de Belén. Más pasión que los curristas que acudían año tras año a La Maestranza esperando a que el maestro de Camas diera un pase antológico para alcanzar el karma aunque siempre acabaran en aquella fabulosa sentencia tras el fiasco que lanzó uno de sus incondicionales con lo de “Curro, el año que viene va a venir a verte tu puta madre... y yo también”. Porque delirar cuando se es una quinceañera en la primera fila de un concierto de Bisbal está bien. Pero que un juez de Manresa, un empresario canario y un gasolinero navarro, rondando los 50, se abracen en trio al ver salir a Dylan no tiene precio. Impagable en estos tiempos donde necesitamos tanta pasión y nos sobran tantos aburridos cargados de razones.

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