lunes, 14 de junio de 2010

Aves vespertinas

Hay dos clases de argentinos: los que son psicoanalistas y los que no. Esto, obviamente, es un tópico, pero los tópicos también tienen derecho a vivir. Los psicoanalistas son de Menotti, los que no, son de Bilardo. Luego están Cristina Fernández, que es de Kirchner, y Cortázar, Borges y Fontanarrosa, que son de todos, incluidos de los que no somos argentinos por una mera y accidental cuestión geográfica. Los psicoanalistas menotistas son, por lo general, aves vespertinas. Cuando fichó por el Barcelona, nada más llegar, Menotti quitó los entrenamientos matutinos y los cambió a la tarde: por las mañanas sólo pueden sucederte accidentes. Si uno se fija bien en los horarios de las mayores catástrofes de la historia, Menotti tenía razón. Incluso a Zapatero lo nombraron presidente una mañana. Núñez apenas aguantó a Menotti unos meses. Núñez era de Bilbao. Los bilardistas, por el contrario, ni sueñan, ni duermen hasta las 12.00 ni saben distinguir a Lezama Lima de Lima Limón. Ellos, cuando van a la cancha, quieren resultados, da igual de qué manera y a costa de qué, especialmente a costa de qué número de tibias de los jugadores rivales. Simeone era bilardista, Verón es menotista, Maradona es Dios. Bueno, esto último es una redundancia, lo reconozco. Lo que quiero decir es que Maradona, del que todos dicen que es un desastre como entrenador sin haber visto un solo partido de Argentina, lo mismo es menotista que bilardista. No en vano, jugó para los dos, aunque sólo con Bilardo logró traspasar la línea que separa al genio del que ya no volverá a nacer otro como él. Ahora Messi hace de Maradona y Maradona hace de Menotti-Bilardo, aunque el que de verdad se la juega aquí es Messi, no Maradona, que ya está por encima del bien y del mal, así abra la boca cada 20 segundos y cada vez que la abre diga una más gorda que la anterior, que es lo que acostumbra. Es lo mismo. Los que no somos ni psicoanalistas ni argentinos es con lo que nos tenemos que conformar. Una por una, ayer Nigeria, al capazo, a la italiana. Por la tarde y permitiéndonos el lujo de tirar fuera media docena para que, cuando no se pueda fallar, no lo hagamos. Qué elegante estabas Diego, qué elegante.

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