martes, 5 de enero de 2010

Erika y Palestina

Escuchar las batallas de Erika cuando vuelve de las tierras de la Antigua Palestina, de Judea, de Samaria o como se quiera llamar a una de las porciones del planeta más puteada desde tiempos inmemoriales pero más fascinantes al mismo tiempo, es volver a revivir con impotencia el drama de un pueblo al que siguen expulsando de sus tierras, bien por la fuerza, bien por las excavadoras que construyen casas, sistema infinitamente más letal, efectivo y demoledor que los propios tanques o helicópteros de aquellos que se arrogan derechos en nombre de Yavhe, que es una manera de prostituir el nombre de Yavhe al mismo nivel de aquellos otros que se hacen explotar en una calle de Jerusalén en nombre de Alá. Erika, que tiene el desparpajo de una de esas periodistas de raza a las que les gusta contar y escribir las pequeñas cosas que dan forma a la vida, ha vuelto esta vez encabronada. Prefiere contarnos sus hilarantes batallas con los policías fronterizos (la próxima vez tienes que entrar por Tel Aviv disfrazada de Paris Hilton o Belén Esteban, Erika, que es lo que se lleva) para evitar contarnos la desesperación y frustración de un pueblo al que el mundo, digan lo que digan, le ha dado la espalda. Hoy, mientras usted lee estas líneas, cientos de obreros palestinos están dejando sus coches al pie de unas colinas a las que subirán andando para seguir levantando bloques de apartamentos de nuevos colonos judíos en su propia tierra. Eso es lo que pasa en Palestina cuando no sucede nada. La fina lluvia de la colonización total. Erika volverá pronto porque, afortunadamente, todavía hay gente que cree en algo.

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