sábado, 16 de enero de 2010
Catástrofes y pobreza
¡las catástrofes se ceban con los pobres!, bramamos los periodistas. ¡Siempre se ceban con los más desgraciados!, clama la buena gente que asiste impotente al torrente de imágenes de cadáveres sin derecho a tierra por las calles de Puerto Príncipe. Cuentas corrientes, lavados de conciencia que utilizamos los periodistas en nuestras columnas y aquí paz y después gloria. Pero volvemos a errar una vez más los periodistas y las buenas gentes que, aunque parezca complicado, no tienen por qué ser términos contradictorios. Las catástrofes no se ceban con los más pobres. Eso es científicamente falso. Se convierten en catástrofes de dimensiones bíblicas precisamente por eso, por la pobreza. Quien no tiene muy claro que va a poder dar de comer ese día a sus churumbeles no se preocupa por vivir en una vivienda indigna, en un arrabal-trampa o debajo de un puente. De un terremoto de 7,3 en Tokio, que los ha habido y muchos, se enteran los que van en metro. Cuando un tifón pasa por Ohio palman cuatro y el del tambor mientras que el mismo tifón y a la misma hora por las marismas de Tailandia acaba con 8.000. Es la pobreza la principal causa de las catástrofes y no las catástrofes las que acuden a los pobres. No perdamos el norte. Y hablando de perder el norte. Sigo al minuto las noticias sobre el Ayuntamiento de Vic para ver si tienen los santos cojones de aprobar alguna moción de solidaridad con el pueblo haitiano. Porque sólo desde la inmensidad de unos santos cojones se podría entender un discurso lacrimógeno sobre lo de Haití mientras con la mano de decidir aprueban que la familia haitiana que tienen en el pueblo no tenga derecho a ir al médico o mandar al crío al cole. Espero impaciente si se produce esa oda magistral al cinismo.
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