En agosto del 90, nos costó días enviar la mayor operación militar de la historia para proteger los intereses de un grupúsculo de jeques fundamentalistas, misogenos, homófobos y xenófobos. Plantamos allá decenas de miles de soldados con todo el andamiaje militar correspondiente para que aquellos piratas pudieran seguir ejerciendo de piratas a sus anchas durante varias décadas más y a nosotros la gasolina no nos saliera por las nubes. Una de las escenas más dantescas de aquella primera Guerra del Golfo era ver como los inmigrantes jordanos o palestinos -los parias del país, los que hacían que aquello funcionara- se jugaban la vida por defender la integridad territorial de Kuwait frente a los iraquies mientras que sus amos y señores se exiliaban en hoteles de lujo de El Cairo -bien provistos de alcohol y prostitutas, que una cosa es el uso de la religión para la represión y otra bien distinta es la diversión-, hasta que los parias de otra nación- negros y chicanos- consiguieran que pasase el temporal. Entonces, en boca de todos estaba la sacrosanta ONU, la sagrada ONU, que ya sabíamos entonces que solo servía para obedecer al Señor. Ahora, anda detrás de lo de Somalia. Se calcula que un millón de niños no llegarán a fin de año y la ONU hace llamamientos al mundo. Entonces no hizo falta llamar a nadie. Dicen que Somalia es un Estado fallido. Lo que no dicen es que la ONU también es una organización fallida o, a al menos, no es la organización que vela por los Derechos Humanos. Sería bueno que lo supiéramos todos para ir creando otra, aunque ya lleguemos tarde con el millón de críos somalíes.
Publicado en Noticias de Gipuzkoa el 28 de julio de 2011
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