viernes, 22 de agosto de 2008

Pánico a volar

Reconozco que a las únicas mujeres a las que lo primero que les miro es la cara son las azafatas de los aviones. Y no es que nada más subir la escalerilla me entre repentinamente un ataque de romanticismo secular, sino que, simplemente, estoy totalmente acojonado desde que me monto hasta que me bajo y cualquier gesto raro de ellas ya me pone en alerta. Nunca sabrán bien el trabajo que hacen con esa sonrisa permanente, aunque aquel trasto vaya dando tumbos. Impagable. Y como ser primitivo que soy, lo paso mucho peor al despegar que al aterrizar (me la pelan las estadísticas) por algo que tiene su lógica. Al aterrizar ya estoy viendo mi hábitat natural, la tierra, y me autoconvenzo de que si hay algún problema el piloto siempre podrá planear algo, porque vamos para abajo, y salvar los muebles. En cambio, los dos primeros minutos esos de ascensión con los motores a todo trapo son un auténtico suplicio, porque ahí si que no veo salida, ni planeo ni gaitas. Piensas que aquello se para, se pone boca abajo y se acabó el invento. Por eso siempre me las arreglo para mirar a alguna de ellas aunque, en realidad, lo que me pide mi cabeza es ir hasta la que más sonríe y sentarme en sus rodillas. Vaya por delante mi apoyo y simpatía a todos los que han sufrido la catástrofe de Barajas pero no me resisto a terminar sin reivindicar el medio de transporte más ecológico, más entrañable y, pese a lo que se diga, el más seguro. Desde que en 1992 comenzó a unir las ciudades de Madrid y Sevilla, el TAV todavía no ha conocido un solo accidente. Y vamos ya 16 años.

No hay comentarios:

Publicar un comentario