miércoles, 13 de agosto de 2008

Gora 'Pirri'

Es lo que tienen los Juegos Olímpicos. Que te descubres a ti mismo delante del sofá dando consejos a un tipo con una espadita flácida, explicándole cuándo tiene que atacarle al húngaro, dónde tiene que cubrirse y dando un salto de alegría porque en la especie de prórroga esa que tuvo Pirri, un hombre para la historia, le habían dado la prioridad. Nada más y nada menos que la prioridad. Ahí es nada. Alegrón de cojones porque le habían dado la prioridad, algo así como que si quedan empatados gana al que le han dado la prioridad por la jero. Todo eso y a la vez, en un deporte del que no había visto ningún combate desde hace cuatro años, exactamente el tiempo en el que hubo otras Olimpiadas. Y después, esa orgía patria con Pirri. Esas trescientas repeticiones a lo largo del día que yo pensaba que había ganado catorce bronces en vez de uno, que se tiró 14 horas de televisión que apocas acaba a sablazos con la mitad de la población china. Y su madre, y su santa esposa, los colegas y la niña Lucía que estaba en Madrit. Precioso. Pero lo digo en serio y es que, a pesar de los dos fanáticos que presiden Rusia y Georgia, las Olimpiadas tienen algo absolutamente mágico que supera y trasciende el mero aspecto deportivo. Y por encima de Phelps, Nadales, Gasols y otros mediáticos, siempre quedan en la retina las escenas de todos aquellos que, sin poder ganarse la vida con el deporte, dan toda una lección de esfuerzo y honradez. A pesar de quedar en el peor de los lugares imaginable. Ander es uno de ellos. Zorionak, Ander.

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