Hubo una época en la que Gaddafi era un malo entre los malos, cuando lo del avión de Lokerville. Pero el malo entre los malos entró al redil que le marcaba Occidente. Se hizo colega de todo Dios, de Berlusconi, de Blair y, como no, de nuestro insuperable y cósmico líder de Valladolid, Joshemari Aznar, al que invitó a comer de forma privada en su última visita a Sevilla hace tres años. Nosotros, los demócratas... supongo que habría dicho Aznar tras su reunión con el sátrapa libio al que le visitó en 2003 en pleno estado de locura para rendirle pleitesía y avalarle en su “lucha contra el terrorismo”, al mismo tiempo que el genocida torturaba y asesinaba con impunidad . Ayer, el criminal libio mandaba a la aviación para tratar de rematar la matanza de los jóvenes demócratas libios que ya no pueden más y prefieren morir en las calles que vivir toda una vida sometidos de rodillas. Occidente, una vez más, ejerciendo el papelón de La Bella Durmiente en toda esta película con la cobardía y el cinismo del que lleva haciendo gala desde hace muchas décadas, mucho más preocupados por controlar a los tiranos árabes que de la democracia para sus pueblos. Recomendando a los tiranos que “contengan la represión”, que viene a ser algo así como combatir la caries infantil. El sábado, nuestro soberano, el Borbón, viajará a Kuwait a respaldar a otro de los bárbaros de esas monarquías bananeras. Al final, desgraciadamente, se cumple con precisión suiza la máxima de Roosevelt sobre Somoza cuando soltó la frase que resume a la perfección el quehacer de las diplomacias occidentales: “Es un hijo de puta pero es nuestro hijo de puta”.
Publicado en Noticias de Gipuzkoa el 22 de febrero de 2011
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