Ver a Osasuna fuera de casa es como ver el programa aquel de televisión de Mirar un cuadro. Le robo a mi hermanito su frase en su twitter cinco minutos después del espectáculo cómico-taurino que nos ofrecieron ayer los rojos en nuestras playas del norte para explicar hoy, jornada de los enamorados, mi profunda crisis en mi ya dilatada relación amorosa con la rojez, ese equipo al que le tiré los tejos con pasión a principios de los 70 en un partido contra el Baracaldo, cuando el mundo era mundo, existía la Unión Soviética y los jugadores también eran una banda, pero una banda con alma, matiz éste que no es cuestión menor para un equipo que jamás la tocará como la Brasil de Pelé, ni jodida falta que nos hace.
No sé qué dirá nuestro entrenador, hace tiempo que no le escucho para preservar mi delicada salud mental, pero esto no nos lleva a ningún sitio que no sea visitar los dominios del Poli Ejido. Y no es que tenga nada en volver a visitar los dignos dominios del Poli Ejido, pero si tenemos que ir, vayamos al menos con dignidad.
Ya no cuela jugar sólo con alma los 180 minutos que nos toca contra el Madrid, para que nos regalen los oídos los medios capitalinos con la brasa de la garra, la entrega, el sacrificio, el cuchillo entre los dientes y todas esas vainas de sobra conocidas. No, no vale sólo con eso. Nosotros no jugamos para la prensa de Madrid.
Nosotros somos Osasuna y exigimos partirnos la cara contra CR Poligonero 7 y compañía, pero también ayer en Anoeta ese campo pijo que enterró al mejor estadio de fútbol que ha existido en la historia como era el viejo Atocha, en donde un grupo de chavales con ilusión bajo las órdenes de un gran entrenador como Martín Lasarte nos comieron la oreja como les dio la gana y cuando les dio la gana. Si tuviésemos una décima parte de la actitud que tienen los chavales de la Real, otro gallo nos cantaría.
Porque la cuestión no es perder, que somos de Osasuna no de Batasuna y hemos visto deambular por El Sadar a Gratacós, Teixido, Ziober y Armentano, sino la forma de perder, de entregar la cuchara sin pelear. Y por ahí sí que no. No me voy a ir con otra porque a ti no hay manera de dejarte, pero me estoy poniendo de bastante mala hostia últimamente. Un día como hoy, hace cuatro años, te llevé a cenar a Burdeos, tirando la casa por la ventana con otros cinco mil, que nuestra relación siempre ha sido muy liberal.
Carretera y manta hasta Burdeos con peña que entraba al día siguiente en el turno de la Volkswagen de las 6 de la mañana. Aquello sí que era amor. Y no es que fueran mucho mejores que los de ahora, pero lo que sí que había era alma, fe, ilusión. Y no me molesta que los que ya peinamos canas, la estadística manda, ya estemos pensando en que el Villarreal llegue a la última jornada sin jugarse nada para que nos salvemos otra vez por la campana y desafiemos el más difícil todavía de la salvación.
Eso no me molesta, que ése es el barro en el que nos conocimos y hasta hoy. Tú sabrás lo que haces, cariño, pero cuando recuperes el alma, ya sabes dónde estoy. Feliz Día de San Valentín.
Publicado en Diario de Noticias el 14 de febrero de 2010
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