No leo jamás críticas culturales que me recomienden ver esta o aquella película, ir a este o aquel concierto, museo o exposición. Mantengo un sanísimo escepticismo ante los críticos culturales a los que, por otra parte, no suelo entender casi nada por esa epidemia cultureta universal de escribir para que solo se entiendan ellos. Me muevo por impulsos más mundanos, sugerencias de colegas o simplemente que me viene bien la hora y el sitio del cine, echen lo que echen. Pero el otro día, la presencia de Sean Penn y Brad Pitt en una película me motivó. Son dos tipos que me gustaban así que fuí al cine a ver El árbol de la vida, ajeno a todo lo que he leído después. En el cine estábamos trece, seis parejas y yo. Fuí el noveno en abandonar aunque tengo que reconocer que no me fuí antes porque compré palomitas de las grandes y eso ayudó a mantenerme algún minuto más frente a aquel bodrio surrealista que vendían como película de cine. La película que perpetran Pitt y Penn no se puede explicar con palabras, solamente si te sobran cinco, seis o siete euros hay que ir y tratar de aguantar lo máximo posible. El que más aguanta, txapeldun. De eso trata la pelí. Cuando salía de la sala, iba pensando para mis adentros esas dos parejas que se quedan son indestructibles, no creo que nada ni nadie les pueda ya separar en esta vida. Y mire a la pantalla por última vez para despedirme de mis exadmirados Pitt y Penn. Espero que sean juzgados por un tribunal militar norcoreano porque solo hay una salida posible. Fusilarlos.
Publicado en Noticias de Gipuzkoa el 13 de octubre de 2011
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