domingo, 25 de mayo de 2008

Rouco y el sexo

No le entiendo, Arzobispo emérito, y mire que lo intento, pero, a pesar de ser los dos hijos de Dios, vivimos en estratosferas irreconciliables. Ha vuelto usted a atacar, una vez más, por la banda por la cual la Iglesia católica lleva perdiendo 2.000 años e insisten, como el Alcoyano. Cualquier aficionado al fútbol sabe que si el rival ha puesto el autobús en el área no se puede entrar por el centro. Ha vuelto con la sempiterna canción del sexo, esta vez para atacar a los homosexuales asegurando que se rebelan contra los límites biológicos (sic) y van contra la realidad (más sic). Desconozco los límites biológicos de los homosexuales porque soy de los que creen ciegamente que las curvas femeninas son el invento más importante en la historia de la humanidad, seguido de cerca por la penicilina, la rueda y el fenómeno al que se le ocurrió descubrir la cerveza. Lo de ir contra la realidad salido de su boca suena a cachondeo. No sé, monseñor, conozco a algunos y le puedo asegurar que no sólo son gente normal sino que además alguno/a son creyentes y ni mil sermones de los suyos les harán cambiar su fe. No sé, emérito, me gusta leer y, entre todas esas lecturas, los Evangelios son una joya. No he leído nada en ellos sobre directrices de moral sexual aunque sí dignificar la profesión de las prostitutas. Monseñor, hágame caso, el sexo (consentido, obviamente) es cojonudo y recomendable en todas sus vertientes. Es más, si se practicase más, habría menos conflictos, menos guerras, produciríamos más y saldríamos de la jodida crisis. En serio, Arzobispo, 6.000 millones de personas no se pueden equivocar a la vez.

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