sábado, 23 de septiembre de 2006

Omaira

Ver la tele no es mi fuerte. Salvo contadas excepciones, soy de la teoría de aquel afamado oftalmólogo austríaco que, en el juicio por haber dejado ciegos a varios de sus clientes, soltó a su señoría aquello de "Total, pá lo que hay que ver". Pero como la contradicción es inherente al ser humano, el jueves pasado me puse a zapear, una enfermedad común como otra cualquiera. Tras toparme con dos o tres programas de esos de la prostitución de alto copete (no confundir jamás con las honradas señoritas putas) y el último capítulo del culebrón Pedro Jota Sagaz Ramírez sobre el ácido bórico (por cierto, voy a tener que mirarme eso porque en los últimos análisis creo que me dio un poco alto, justo debajo de la transaminasas) me encontré con un programa de TVE sobre las imágenes de nuestra vida; un repaso a los 50 años de la otrora mejor cadena de televisión… cuando sólo estaba ella. Volví a ver una imagen brutal de hace 21 años. Dicen que somos hijos de nuestra memoria y es complicado olvidar aquella lección de dignidad humana que una cría de 12 años dio al planeta entero ante la llegada de su prematuro final. Sus palabras ante los dos impotentes reporteros de Informe Semanal fueron todo un canto a la decencia de cuatro valores elementales, y siempre olvidados, que eran los únicos que conocía Omaira, no contaminada por el cinismo inherente a nuestro mundo civilizado. No la pudieron sacar de aquel Macondo ocasional. No había bombas hidráulicas, ni equipos especiales. Armero estaba, está y estará al sur de Río Grande.

Publicado en Noticias de Gipuzkoa el 23 de septiembre de 2006

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