martes, 12 de octubre de 2010
Mujeres y percebes
Todavía recuerdo aquella entrega de los Goya del año de la Guerra de Irak, aquella entrega después de la que todas las derechas reunidas Geiper de este país se lanzaron a acribillar sin compasión al mundo del cine... y todavía siguen así. En medio de todas aquellas representaciones y muestras airadas de rechazo al jardín en el que Aznar nos metió a todos para saciar su vanidad, apareció una figura menuda, una fugura simpatica, una figura que no hacía falta que dijera que amaba la paz porque la llevaba en la sonrisa. Era Manolito Alexandre que recibía el Goya de honor a toda una carrera. Muchos discursos hubo aquel día contra la barbarie de la guerra, todos airados, salvo el de Alexandre quien, sin dejar de sonreir, digo algo tan sencillo como que llevaba toda la vida con un deseo en el corazón que no era otra que la palabra guerra desapareciera de todos los diccionarios. Fue la ovación de la noche. Sabía de lo que hablaba, aunque afortunadamente fue la que tuvo que sufrir en sus propias carnes la que le alejó del mundo del periodismo (no sabrás nunca la suerte que tuviste, Manolo) para subirlo a los escenarios. A partir de ahí, la historia del cine español sería inconcebible sin la presencia de un secundario principal. Reconozco que siempre he sentido atracción por aquellos que saben mantenerse en un segundo plano, que disfrutan de lo que hacen sin esperar nada más. Ver a Alexandre era sinónimo de sonreir. En varías ocasiones ha manifestado que sus dos pasiones eran las mujeres y los percebes. Dudo de que se pueda tener mejor gusto en esta vida.
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