jueves, 18 de junio de 2009
Benedetti, Otegi y el maldito opresor búlgaro
Creo que fue Benedetti el que dejó escrito aquello de que cuando nos aprendimos las respuestas nos cambiaron las preguntas. Otegi, y su marciano mundo colateral, se maneja en el raca-raca de las respuestas como pez en el agua, como lo demostró el otro día en su encuentro con el Follonero de Buenafuente (es curioso como ellos exigen permanente trascendencia a todo Dios por lo crudo del conflicto pero el baranda puede irse tranquilamente a hacer el mingafría a la tele). Lo ideal sería que ellos mismos, en un acto supremo de patriotismo, se plantearán cambiarse los esquemas, las prioridades morales, el patriotismo verdadero del construir lo posible frente al patrioterismo chusquero, cuartelero y cañi del símbolo, la pancarta, el uniforme y el grito en la manifa. Pero no parece que, por el momento, los últimos mohicanos de la resistencia vasca estén todavía lo suficientemente maduros para ejercer de patriotas. Habrá que cambiarles las preguntas y dejarnos de ese discurso vacío y programado desde Madrid sobre la consabida condena a la violencia. Habrá que preguntarles, por ejemplo, que nos cuenten con detalle el oscuro curriculum represor del obrero búlgaro al que ayer le jodieron el coche en Arrasate. ¿Y porqué a él? ¿Por trabajar en las obras de ese tren que él no usará pero vosotros si? ¿Por colaborar con las fuerzas represivas de Madrid y de Vitoria? ¿Y dónde esta el límite? ¿Sólo en joderle el coche o podemos llegar a tener un lamentable acontecimiento con algún obrero como el suceso ocurrido en diciembre en Azpeitia que, obviamente, el mundo de Otegi no desea (como no deseaba Bush la muerte de civiles en Irak)? ¿Merece la pena poner en pie un país (pueblo por pueblo, barrio por barrio) reventando el coche de un trabajador búlgaro? No sé, Otegi, se me ocurren unas mil preguntas pero intuyo que tendrías empolladas las mil respuestas. Esto cambiará el día en el que, en vuestro único acto de patriotismo decidáis a cambiaos las preguntas, que hace ya nueve años que cambiamos de siglo, camarada Arnaldo.
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