jueves, 19 de febrero de 2009
El desfile de la boda de la niña de 'Joshemari', el austero
Yo a la Policía no acabo de entenderla bien. Vamos a ver, en aquellas bodas de Caná que organizó el líder cósmico de Valladolid, el austero castellano como le tildaban su troupe de escribas de cabecera y abultada nómina, para que su niña contrajera católico matrimonio (esas gentes de vivir desarreglado contraen matrimonios y cursan estudios, como los borbones) con el trepa oficial del partido de esos momentos en el régimen berlusconiano que nos tocó sufrir. En aquella boda, insisto, había cientos de policías. Y cientos de policías, misterios del Señor, para proteger a los invitados y no a nosotros de los invitados, que era lo que procedía en aquel suceso. Porque cualquier policía con dos dedos de frente, que no dudo que los haya y muchos, hubiese, al menos, tomado declaración a un 50% de los que protagonizaron aquel desfile del siglo XVI que realizó la flor y nata de la doble moral y triple contabilidad. ¿Por qué? Por el aspecto, así de sencillito. Cualquier investigador, si es que hay alguno, de ingenierías financieras y ese tipo de trabajos a los que se dedican una parte importante de la población para no tener que trabajar, hubiera tomado declaración a los que desfilaban haciendo obsceno alarde del poder que les había otorgado el pequeño duce de Valladolid. Ni Willy Toledo con su Animalario hubiese pensado que el enlace del milenio (enlace, otro palabro que fascina a los piratas en corte) iba a acabar como está acabando. Con la mitad de los comensales declarando en los juzgados por el latrocinio masivo de fondos públicos. Ya sé que quizás no era el día más adecuado, pero de entre todos los que entraban al monasterio de El Escorial a escuchar las siempre esperadas palabras de Rouco Varela (Dios los cría y Garzón los va a acabar juntando), había uno en particular al que yo, una vez más por su aspecto, hubiera retenido al menos un par de horas si hubiera o hubiese sido madero ; al novio. No tengo pruebas, lo reconozco, pero antes me haría socio de El Pocero que jugarme un euro con el encantador hombre de la pequeña Ana.
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