viernes, 27 de junio de 2008
Actos sociales
Tengo una tara genética. Rectifico, tengo varias pero una estrechamente relacionada con uno de mis curros anteriores en donde ejercía en historias de relaciones públicas en hoteles. De aquello me quedó el rechazo físico a las corbatas (me gustan, pero me ahogan), a los hoteles de cadenas (me encanta buscar pequeños sitios) y la aversión bíblica a los saraos sociales. Y no es autismo, pero lo de los actos sociales me parece una de las mayores mascaradas que hacemos los humanos. Pero reconozco que hay auténticos profesionales. A mí lo que más me impresiona es cómo se saludan y abrazan en el ágape de las 8 (con un énfasis que es como si volvieran del exilio) cuando han estado todos juntos en un coktail a las 6. Y otro de los datos que te indican que estás ante un profesional del sector es que te suelten la frase "uyyyyy, que pereza me da ir, no me apetece nada, pero....". Yo, en el único que he estado tras mi labor profesional, no hablé con nadie pero deje a mi alrededor un círculo de cáscaras de gambas que hizo sonrojarse a mi acompañante. Eso le pasó por llevarme. Por eso, cada día doy más valor al acto social por excelencia. A ése de uno contra uno en donde dos personas sin ataduras se sientan para conversar sintiéndose seres libres y con la curiosidad infantil de conocerse mejor. De los actos sociales que estuve, no podría recordar ninguna conversación. Los otros, siempre acaban en el recuerdo. Desgraciadamente, últimamente lo pongo poco en práctica pero, como nací en Pamplona y cuento los años de San Fermín en San Fermín, estoy decidido a hacer propósito de enmienda en este nuevo año que se avecina.
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