SIEMPRE me ha fascinado la pasión de las gentes del tren con todo lo que suena a ferrocarril. Es como un veneno inyectado en lo más profundo de las venas y da gusto oírles hablar de tal o cuál máquina, del tal o cuál trayecto. Los ferroviarios están hechos de una pasta especial. Gentes poco dadas al chafardeo y, mucho menos, a los tejemanejes infumables de la política de salón. Por eso no me ha extrañado nada el aluvión de críticas por la destitución de Juanjo Olaizola como director del Museo Vasco del Ferrocarril de Azpeitia. No tengo el gusto de conocerle ni siquiera, como suele ocurrir con lo que tenemos más cerca, conozco el museo ni los aclamados viajes al barrio de Lasao en esos viejos cacharros. Pero iré, porque me gusta todo lo que tenga que ver con el tren, con las gentes que los manejan, los que los cuidan y los que se dejan la piel por enseñarnos sus historias. Y sobre todo, de forma testimonial, para dejar claro a los políticos que con los trenes no se juega. Que dejen al tren en paz de sus vendettas, miserias y ansias de grandeza. Los que están ahora se tiraron 30 años –con razón– poniendo a parir las colocaciones de los de antes. En año y medio, no es que le hayan dado la vuelta a la tortilla, es que le han dado vuelta y vuelta para que la tortilla quede exactamente en la misma posición que fue blanco de sus críticas durante tres décadas. Lo más triste de todo es que las nuevas hornadas de socialistas parecen desconocer su historia básica, que el socialismo siempre llegaba a los pueblos en tren. Que se dejen de paridas y dejen que los apasionados sigan apasionando a los demás.
Publicado en Noticias de Gipuzkoa el 20 de enero de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario