lunes, 22 de enero de 2007

La Hilaria

Estaba cantado desde hace cuatro años. Exactamente desde el día que Hillary Clinton (Rodham de soltera, pero en el país impulsor del feminismo las mujeres pierden el apellido al casarse) decidió que no era el momento porque las encuestas daban clara ventaja a Bush y no era cuestión de sacrificar su carrera política en pos del bien del país. Dice un malicioso amigo estadounidense que el día que ganó Bush frente a Kerry, Hillary fue la segunda persona en EEUU en dar más altos los botes de alegría por el triunfo republicano, después del afectado. Ahora sufriremos el bombardeo mediático propio de la dictadura de lo políticamente correcto, en donde lo fundamental pasa a ser que pueda ser la primera mujer en dirigir el Imperio, independientemente de lo que piense, diga y haga. Lo de siempre: el envoltorio ocupará el 95% y dejaremos el 5% restante para el contenido. Y el contenido hasta la fecha de la señora Clinton es que pulsó el voto afirmativo para que su país entrara en Afganistán. Y después en Irak. Defendió a Rumsfeld a capa y espada, como defendió a muerte el bombardeo de Belgrado, la intervención en Somalia o el expolio de los territorios palestinos tras los acuerdos de Oslo cuando era su marido el que ocupaba el despacho Oral (perdón, Oval). Es la dramática historia del Partido Demócrata estadounidense desde que terminó la II Guerra Mundial, con excepción de Carter. La doble moral, el doble estómago y la doble contabilidad. Los republicanos son unos facinerosos, pero al menos no lo esconden y eso es de agradecer. Dice el amigo yankee de antes que su país no es que necesite imperiosamente un tercer partido, sino un segundo.

viernes, 19 de enero de 2007

Átense los machos

La primera vez que vine a fiestas de Donosti me equivoqué de fecha. Mi primito nativo me convenció para venir y me planté en la Semana Grande y nunca supe muy bien si estaba en fiestas o en el Concierto de Año Nuevo de Viena. Me engañó como me engañaba una vez al año para que cogiera La Roncalesa desde Pamplona y viera cómo Arconada nos las paraba todas mientras que Satrus, Zamora, Idigoras y compañía montaban su particular orgía con el fondo de nuestra red. Así que me lo ponía a huevo para exaltar mis fiestas, dónde le preguntaba diez veces al día a ver si le apetecía un helado, más que nada pá joder. Y es que los pamploneses con los Sanfermines parecemos del mismo epicentro de Bilbao. Pero siempre me decía lo de la Tamborrada, que viniera que me iba a enterar de lo que vale un peine. Me costó probar porque convencer a mi viejilla que tenía convivencias un 20 de enero no era labor fácil. Pero superados los años de ir a clases (que no de estudiar), probé. Y disfruté como un enano, bebí como un cosaco y no ligué absolutamente nada. Es decir, lo previsto por la organización. Gané noches épicas maltarareando la marcha de Sarriegui y tocando el tambor con un estilo que no habría superado el primer minuto del primer ensayo de cualquier ikastola de Egia. Pero descubrí las verdaderas fiestas de San Sebastián que, ayer, hoy y siempre, empiezan a las 00.00 horas del 20 de enero. Con esa particular actitud vital de regreso a la civilización anárquica que hacen grandes a las fiestas y a los pueblos. Y es que a un pueblo que canta, baila, come y bebe en la calle no lo puede parar ni Dios. Así que camaradas donostiarras y entrañables guiris, átense los machos que empieza el baile.